Mis Aventuras como Espía
Por Lord Baden-Powell de Gilwell

Capítulo IX

ESPIANDO A LAS TROPAS ALPINAS

   Una vez estuve en un país donde sus tropas alpinas fronterizas se decía que eran maravillosamente eficientes, pero nadie sabía mucho acerca de su organización o equipo o sus métodos de trabajo, así que se me envió para ver si podía encontrar alguna información acerca de ellos. Me interné en sus montañas al tiempo que desarrollaban sus maniobras anuales; encontré numerosas tropas acuarteladas en los valles y alojadas en todas las aldeas. Pero todas estas tropas parecían ser del tipo ordinario: infantería, artillería de la línea, etc. La artillería estaba provista de trineos con los cuales los hombres podían llevar las armas arriba de las laderas de las montañas con cuerdas, la infantería estaba dotada con piolets para ayudarlos a pasar caminos en malas condiciones. Por algunos días observé las maniobras, pero no vi nada interesante qué reportar.
   Entonces, una tarde al pasar una villa donde se habían alojado, vi un nuevo tipo de soldado viniendo con tres mulas cargadas. Él evidentemente pertenecía a aquellas fuerzas alpinas de las que, a lo lejos, yo no había percibido. Entré en conversación con él y descubrí que había bajado de las zonas más altas para obtener provisiones para su compañía que estaba en lo alto, entre los picos nevados y enteramente fuera del alcance de las tropas que maniobraban en las cuestas inferiores. Él accidentalmente me dijo que la fuerza a la que pertenecía era una muy grande, compuesta de artillería e infantería y que estaban buscando entre los glaciares y las nieves a otra fuerza que venía en su contra, y ellos esperaban entrar en contacto con sus enemigos al día siguiente. Entonces me indicó toscamente la posición en que su fuerza estaba vivaqueando esa noche, al lado de un pico alto llamado el "Diente del Lobo".

 Compadeciéndome de él por su difícil trabajo que tenía que pasar y sugiriéndole caminos imposibles por los cuales pudiera escalar, él eventualmente me dijo la dirección exacta de qué vereda tomar, reconocí que sería posible llegar allí durante la noche sin ser visto.
   Después del anochecer, cuando mi casero pensó que estaba seguro en la cama, silenciosamente me alejé hacia la ladera de la montaña donde estaba el "Diente del Lobo" frente a un cielo estrellado que me guiaba como un espléndido punto de referencia. No hubo dificultad en pasar a través del pueblo con sus grupos de soldados paseando fuera de servicio, pero en los caminos de salida había muchos centinelas apostados, y sentí que ellos difícilmente me dejarían pasar sin preguntar quién era y adónde iba.
   Así que desperdicié un tiempo considerable evadiéndolos y fui afortunado, al fin, al descubrir un canal de tormentas canalizando agua entre altas paredes a una abrupta orilla dentro de un huerto, por el cual pude deslizarme sin ser visto por los centinelas que guardaban el frente de la aldea. Ascendí por veredas y por huellas de cabras que pude encontrarme en la dirección deseada. Fallé en encontrar el camino de mulas indicado por mi amigo el conductor, pero con el "Diente del Lobo" delineándose sobre mi frente a las estrellas, sentí que no podía ir mal, lo cual comprobé finalmente.
   Fue una larga y penosa ascensión, pero justo cuando el amanecer comenzó a iluminar el cielo oriental me encontré a salvo sobre la cresta, el centelleo de numerosas fogatas me mostraron dónde se encontraba vivaqueando la fuerza que había venido a ver.
   Tan pronto amaneció, las tropas empezaron sus movimientos después de un café mañanero, estaban empezando a esparcirse alrededor de las laderas de las montañas, tomando posiciones listos para defender o atacar, así que tan pronto se iluminaba más me apresuré a encontrar un pequeño y cómodo montículo para mí, desde el cual esperaba poder ver todo lo que pasaba sin ser descubierto; por un tiempo todo salió particularmente bien.
   Las tropas se desplazaron en todas direcciones. Vigilantes con telescopios estaban apostados para espiar a los montes vecinos, entonces pude ver dónde estaba reunido el personal de los cuarteles para discutir la situación. Gradualmente se acercaron a la posición que yo ocupaba y se dividieron en dos partidas, la del general permaneció donde estaba, mientras la otra venía en la dirección al montículo en que me encontraba. Entonces para mi horror algunos de ellos empezaron a ascender mi bastión.

De inmediato me paré y no hice más esfuerzos por encubrirme, pero saqué mi libro de dibujos y comencé a hacer un dibujo del "amanecer entre las montañas". Muy pronto fui descubierto, uno o dos oficiales se me acercaron y entrarnos en conversación evidentemente ansiosos por descubrir quién era y qué asunto me llevaba ahí.
   Mi lema es que con una sonrisa y algo de perseverancia atravesarás cualquier dificultad, la perseverancia no era obviamente política en esta ocasión, por lo tanto puse una sonrisa doble y les mostré mi cuaderno de dibujos, explicándoles que una de las ambiciones de mi vida era hacer un dibujo del "Diente del Lobo" al amanecer.
   Ellos mostraron un interés respetuoso y entonces explicaron que su objetivo de estar ahí era el de hacer un ataque desde el Diente del Lobo en las montañas vecinas, asumiendo que el enemigo estuviera actualmente en posesión de él. Por mi parte mostré un interés algo severo pero discreto en sus procedimientos.
   A menos interés que presentaba, más entusiastas se mostraban en explicarme asuntos, hasta que eventualmente tuve toda la escena expuesta ante mí, ilustrada por sus propios mapas del distrito, que eran mucho más detallados y completos que ningún otro se haya visto antes en su tipo.
   En poco tiempo entablamos amistad, ellos tenían café que compartieron conmigo, mientras yo distribuí mis cigarrillos y chocolates entre ellos, quienes expresaron su sorpresa de que haya escalado tan temprano, pero estuvieron muy satisfechos cuando les dije que venía de Gales, y de inmediato sacaron la conclusión de que era un montañés y, me preguntaron si vestía un kilt cuando estaba en casa.
   A la mitad de nuestro intercambio de civilidades se dio la alarma que el enemigo estaba a la vista, e inmediatamente vimos a través de nuestros telescopios filas de hombres viniendo en todas direcciones hacia nosotros sobre la nieve. Entre nosotros y el enemigo había una profunda y vasta garganta con pendientes casi perpendiculares, atravesadas aquí y allá por zigzagueantes pasos de cabras.

Se les llamó a los oficiales para describirles las tácticas de la lucha y en unos pocos minutos el batallón y los comandantes de la compañía estaban esparcidos estudiando con sus binoculares la montaña opuesta, en la cual, corno me lo habían explicado en ese tiempo, escogieron una línea ascendente para el ataque.
   Entonces se dio la palabra de avance y la infantería salió en largas filas de hombres armados con piolets y cuerdas. Las cuerdas eran usadas para bajarse unos a otros en sitios difíciles y para encordar a los hombres unos a otros cuando ellos llegaban a las nieves para salvarles de caer en grietas, etc. Pero el momento emocionante del día fue cuando la artillería procedió a descender dentro de la garganta; las armas eran todas cargadas en secciones sobre las mulas, también sus municiones y piezas de recambio. En pocos minutos se colocaron trípodes, se puso a las mulas en catapultas, armas y animales estaban entonces más abajo uno por uno dentro de las profundidades bajas hasta llegar prácticamente sobre el suelo. Aquí fueron cargadas de nuevo y entraron en sus filas para escalar las montañas opuestas, en un increíble corto espacio de tiempo, mulas e infantería se veían como pequeñas líneas de hormigas, subiendo por todas las veredas disponibles que se pudieran encontrar que guiaran hacia los campos de hielo superiores.
   Los resultados de este día de maniobras ya no me interesaron, había visto lo que había venido a buscar: las tropas especiales con sus armas, sus suministros y arreglos de hospital, sus métodos de movilidad en este aparentemente imposible país, sus mapas y formas de señalización.
   Todo era nuevo, todo era práctico. Por ejemplo, al ver uno de los mapas que me mostraron, remarqué que debería haberme encontrado en cada camino de cabras marcado, pero el oficial replicó que no había necesidad para eso, cada uno de sus hombres había nacido en ese valle y conocían cada camino de cabras en la montaña. También un camino de cabras no permanecía por más de unas cuantas semanas, o a lo más unos meses, debido a derrumbes y a la erosión, continuamente han sido alterados y marcarlos en un mapa llevaría a la confusión.

INTRODUCCIÓN

Capítulo I
LOS DIFERENTES RANGOS DE LOS ESPÍAS

Capítulo II
LOS PLANES DE INVASIÓN ALEMES

Capítulo III
JAN GROOTBOOM, MI ESPÍA NATIVO

 Capitulo IV
TRANSPORTANDO INFORMACIÓN

Capítulo V
PLANOS SECRETOS DE FORTIFICACIONES

Capítulo VII
CÓMO SE DISFRAZAN LOS ESPIAS

Capítulo VIII
EXPLORANDO UN ASTILLERO EXTRANJERO

Capítulo IX
ESPIANDO A LAS TROPAS ALPINAS

 Capítulo X
POSANDO COMO UN ARTISTA

 Capítulo XI
ENGAÑANDO A UN CENTINELA ALEMAN

Capítulo XII
UN ESPIA ES SUSPICAZ

Capítulo XIII
BURLANDO A UN CENTINELA TURCO

Capítulo XIV
EL TURCO Y EL TÉ

 Capítulo XV
OBSERVANDO A LOS BOSNIOS

Capítulo XVI
ENCUENTRO CON LA POLICIA

Capítulo XVII
CAPTURADO AL FIN

Capítulo XVIII
EL ESCAPE

CONCLUSIÓN